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Nahuel Lardies nació en el barrio porteño de Floresta pero vivió sus primeros dieciocho años en Neuquén. Es editor de la revista Hablar de Poesía. Prologó y co-tradujo La belleza mortal, una antología del poeta inglés Gerard Manley Hopkins, publicada en Argentina por Audisea y en México por la Universidad de Nueva León. Es autor de dos libros de poemas, Álbum (Caleta Olivia) y Falso Coral.

 

HOSPITAL ISRAELITA

En el principio hubo un lugar
con globos de cumpleaños
pulmones boca viento enloquecido
harina de centeno agua tablas de la ley
el último convenio de alquileres
números nombres de los meses
colores días fórmulas constelaciones
cartas de un tiempo
en el que se extrañaban

un escorpión iluminó la oscura bóveda del techo
la luna sostenía su balanza
el cielo abriéndose como el Mar Rojo
en dos gemelos mientras la Virgen
en ascenso se iba haciendo su lugar

fue entonces que alguien
lo arrancó de sus entrañas
hubiera preferido no salir
pero ella le insistió sopló y estuvo listo su carácter
temperamento cíclico nubosidad variable
aisladas precipitaciones las de esa mañana
en la que recordaba haberla visto
sacudiendo la cabeza como un sauce
ante el espejo del placard
el secador le hacía remolinos de aire cálido
en el pelo húmedo

fue entonces que lo atravesó un flechazo

afuera el motor del Renault 12
ponía en marcha el cielo y las estrellas

en la oscura cavidad del artefacto
despertaba al corazón.

 

 

 

POLILLAS

¿Con qué hicimos las ofrendas
que dejamos a merced del Paraná?

Hortensias secas, palmeras y esas hojas
largas de las que no me acuerdo bien
el nombre, parecidas a las de algunas plantas
de los trópicos, aves del paraíso.

Remontamos el arroyo,
hicimos alas de los remos
para llegar con lo justo
a la casa alquilada,
muertos de hambre y con apuro
de agarrar eso primero que encontramos,

las luces tibias de un asombro primitivo

como un toallón que alguien le acerca al nadador
que acaba de salir del agua fría,

respirando agitado.

 

 

 

 

 

CARTA EN NAVIDAD

Al principio te abrías con la misma intensidad de un abanico,
me hacías sentir el viento por los huesos de la cara,
un tornado en el desierto
o algo parecido.

Yo fui hacia allá, como un molino alto
procesé, le di cauce a tus excesos,
puse en un vaso el agua de la altura
para vos, para tu sed,
para todos los muertos de tu altar
mis jazmines brotaron.

Es Navidad, la resolana gris, la siesta,
el ruido que hacen las palomas,
mi malla Topper que me aprieta
y un dolor en la rodilla
crónico, como el nacimiento de Cristo,
incómodo, como su crucifixión.

Las astillas son espinas,
clavos de una rosa,
paranoias de una abeja
o las chinches con sus casquitos dorados,
listas para fijar en tu pared mental la foto
del último estigma que te hizo sentir
el riesgo de tener a tu favor
un tiempo pendiente de signos vitales.

Pero me fui por las ramas
y olvidé
que había tratado de cambiar
mis modos de mirar por los tuyos,
mis modos de almorzar
me había olvidado, flaco,
con las manos apuntando
hacia el oasis
como un zombie.

Estoy inquieto, insisto,
quiero transformar el óxido en rubíes
para decirte algo,
algo justo,
lo primero que me venga
a la cabeza, eso va ser, quizá,

lo que nos hunda,
lo que nos tire para abajo,

hasta que justo antes de perder
nuestra última reserva de oxígeno
veamos, como si te dijera,
la luz de cierta criatura submarina
que se eleva hacia la superficie
por obra y gracia de la densidad del agua
y sepamos
que adentro de esa opacidad
anida un chico,
nada más que un chico,
venido al mundo
a rescatarnos, rompiéndonos todo,
a vos, a mí, a los animales
que necesitemos,
las flores que se nos ocurran,
el arca que tratemos de alquilar.

A la noche no distingo,
no sé si esas manchas que titilan
sobre la pared
son luces navideñas
que celebran lo que nace
o el reflejo del color de los semáforos
que advierten, como sea,
que el ritmo de la marcha
no es algo dado a nuestra voluntad,

sino a la tuya,
crónica, incómoda, abeja paranoica.

 

 

 

 

 

MIRANDO UN DOCUMENTAL DE LA BBC SOBRE JAPÓN

Soy solo una persona interactuando a solas
con los fantasmas de su celular.

Les mentiría si les digo que me puse
lo primero que encontré.

No quiero más preguntas cuando entremos
en la zona…

En uno de los episodios más álgidos de la novela
escrita hace un montón de años por la dama Murasaki Shikibu,
Genji acepta a un hijo que no es suyo.
Lo hace para guardar las apariencias…
Las apariencias, de por sí la frase es rara.
De puertas para afuera,
¿quién sabe de verdad qué fue lo que pasó?

No te gastes, por más efímero que seas.
No quisiste como deberías
haberlo hecho, ahí, hilo a hilo,
moviendo emociones como marionetas,
a simple vista profundas, aunque ilusas, la verdad,
como un esmalte.
Seguí con el ahorro para ver
si alguna vez lográs mirar en vivo y en directo
esos cerezos
que viste florecer solo a través
del biombo de una traducción.

Al menos día por medio es conveniente
meditar el curso de las obsesiones,
el tránsito de los planetas o el estado del clima,
la tela de una araña a contraluz,
el rastro ultravioleta de un murciélago,
sentir las impresiones como el paso del rastrillo
en un jardín de grava, arena y piedra,
repetir voy tranquilo, soy tranquilo,
no me acuerdo hacia dónde pero bien.

Escuchá, hay voces en los caracoles
no me pierdas, no te pierdas.

Las personas se mueren, las historias reencarnan,
las campanas extinguen y renuevan el vacío.

 

 

 

 

 

UN POEMA PARA ANDREA FRANCO

Fui a la abadía del sol
y me compré un par de Levis en cuotas.

Y cuando digo par estoy diciendo pantalón con dos piernas;
hubo otras cosas mordiéndose la cola,
dudaron si indicarme algo o dejar
la sugestión para después.
Las guardo para mí, no son objetos,
pero podrían haberlo sido,
caramelos olvidados en camperas
de la estación más fría y florida del año.

Vos que podés, que mirás mucho,
te diste cuenta de lo que pasó
o vas a venir a decirme
que no la habías visto venir.
¿Que cómo lo supe? Yo estuve ahí,
lo escuché el rato entero, trató de tentarme,
me quiso hacer creer que una vez
fuimos hermanos, qué se yo,
puede ser, ¿si no por qué me lo diría?

Entonces recordé las palabras del Señor
que me citó una sombra que pasaba,
una que me crucé bajo la luz angelical
del último supermercado de la tierra
¿te habré contado cómo terminé con todo, aquella vez?

Llevaba adentro como una especie
de espiral de raid que iba volteando
de a uno
a los mosquitos del planeta que nos rige,
atravesé el desierto lleno de imágenes maravillosas
mientras debajo una retícula de hongos
buceaba a ciegas, buscando una hojarasca
para asomar el casco mullido
a esta atmósfera que nos bendice
con su luz de trinchera,
el último gran gesto delicado.

Estuve a un taxi de tomarme un taxi.

 

 

 

DÍAS DE ENERO DEL 2020

Durante todo enero me senté a mirar
los trenes que pasaban.

Cada uno me llevaba o me traía.
Lo que era por entonces no tengo ni idea.

Era sentir que iba perdiéndome,
volver a la estación, volverme ahogado.

Eran recuerdos que partiendo me partían,
la boya a la que me aferraba,
la burocracia del afecto, un corazón
girando en la vorágine del desempleo.

Hubo días oscuros, noches claras,
razones turbulentas.

Durante enero, durante todo el mes de enero.