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Patricio Gonzalo Schifitto nació en 1994 en San Miguel de Tucumán. Estudia Profesorado en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras- UNT. Desde 2018 trabaja como auxiliar de cátedra en Literatura Latinoamericana II. Durante 2019 y 2020, como becario CIUNT. realizó investigaciones sobre la enseñanza y el curriculum de la literatura latinoamericana en la escuela secundaria pública de Tucumán, proyecto
coordinado por la Dra María Jesús Benítes y la Dra Isabel Aráoz. Participó como lector en distintos eventos literarios y artísticos de los circuitos oficial, universitario y autogestionado de la provincia. Realizó colaboraciones mediante artículos para la revista online La Papa. Una selección de sus poemas fue publicada en la muestra de poesía tucumana inédita Haciendo (2020) a cargo de Gabriel Gómez Saavedra para la revista La Papa. Otra selección de sus poemas fue publicada en la antología de quince poetas sub- 30 de Tucumán, Búscame otra vez (2021), editada por Nacho Jurao.

 

 

 

La ridícula idea de no volver a verte

A Rex

Ayer pasé por la plaza donde tomás el bondi
interurbano.
Nos sentamos en el respaldo de un banco.
Nos mostramos fotos de la infancia que
Guardamos en el celular, y nos reímos del
Nombre de tu maestra de primer grado,
Nos contamos recuerdos tristes, y
Contamos tristes el número de perros
abandonados que corren motociclistas.
Nos hablamos de nuestros padres ausentes,
Y de algunas crueldades que padecíamos en
La escuela sin perspectiva de género.
Nos flashamos una eternidad simétrica y un
Imaginario exacto de los muebles y los
Revestimientos de paredes que tendría
Nuestra casa.
Nos dimos un beso en la mejilla y un abrazo
Fraterno, y deliramos atrasar todos los
Relojes.
Ayer pasé por la plaza
Pasó tu bondi interurbano
No hablamos
Paró
Subiste
Se fue
Bajando por la General Paz.

 

 

 

Una espada atraviesa tu corazón

Caminás
A tu espalda se cierran puertas.

Una espada atraviesa tu corazón.

Gestos precisos
En el lugar errado

Barajar
Y tirar de nuevo.

Inmediatamente soñar
Con un corazón que late.

 

 

 

El día es un muchacho herido

A Pablo

El día es un muchacho herido.

En mi casa las plantas se secan hoja a hoja,
Y las perras llevan garrapatas a la cama.

El día es un muchacho que se va.

Mi casa es una catástrofe y un robo,
Un país subido a un helicóptero de terraza
Donde ponemos a secar los trapitos al sol.
Perdemos la ropa y los papeles.
En los muebles hay escombros derrumbados
Y los cristales están señalados.

Amar
Temer
Partir
Mastico diente a diente el paradigma de
Verbos regulares.

El día es un muchacho herido que se va,
Y olvida cerrar la puerta como todos los que
salen de mi casa.

 

 

 

Una mujer cumple cincuenta años

En el colectivo que te lleva y trae del trabajo a tu casa y viceversa,
con tu vida bajo la ley de la gravedad,
leés un bestseller sobre la guerra del Golfo Pérsico.

Leés el bestseller y te dormís.
La guerra la lamentaba tu abuela con tu madre,
La guerra la lamentaba tu madre con tus hermanas,
La guerra la lamentaba tu cuerpo con tus hijas
a la hora de la ida y la vuelta.

La guerra es una metáfora extramoral del día cotidiano
por las esquinas de los barrios, las calles rectas y perpendiculares.
Sabés que la guerra no es un lamento indiferente
de ciudadanías lejanas o incógnitas.
Te despertás y mirás por la ventanilla.
Tenés el libro en tus manos
Y media hora reloj de viaje,
para organizar el hilo de la imagen
ficcional, histórica
genealógica y biográfica.
En el transporte público
la memoria es igual que cualquier golfo en guerra
con sus sobrevivientes y sus muertos.

Es uno de esos días en que se descompone la sal
y la luz del mundo.
Yo soy la sal y la luz del mundo,
Recordás y lo repetís con precisión.

Esto no es una elegía ni una acción de gracias.
Recordás el mundo de una adolescencia de antiguas
generaciones que pedía perdón por las blasfemias
arrodilladas en los fríos cóncavos de las catedrales.
Así obtenías una credencial de enmienda.

Si la sal dejara de estar salada,
¿cómo podría recobrar su sabor?
Ya no sirve para nada.
Una ciudad en los pies de un cerro no puede esconderse.
Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo de un cajón.

En el colectivo que te lleva y trae de tu casa al trabajo y viceversa,
con tu vida bajo la ley de la gravedad,
leés un bestseller sobre la guerra del Golfo Pérsico.
Así vos distinguís entre la metáfora de la guerra
y la guerra.
No es una elegía
Ni una acción de gracias.

Yo soy la sal y la luz del mundo,
Recordás y lo repetís con precisión.
Tocás el timbre y bajás por la puerta de atrás.

 

 

 

A veces amamos en la plaza.
A veces observamos amar en la plaza.

El poema es una plaza
Que está llena de personas que no se hablan,
Y el final del poema
Es cuando las personas salen y se saludan.

La plaza es el lugar donde
El otro se abre al otro,
Y su medio de apertura es el lenguaje.
Pero si digo tu nombre,
Las palabras no hacen el amor en la plaza.

Tengo un nombre que me recuerda
a vos en la plaza.
Cuando hablamos, bailamos encima de
Todas las personas y las cosas de la plaza.

En la plaza el camino de la salvación
Está abierto para los humildes.
Pero vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida.
O lenguaje.

Pienso en la plaza como en un río.
La suerte está de cabeza.
(Alea jacta est)

En dónde encontrarte ahora que las personas no ocupan
Los bancos de la plaza?
Asumir actos de lengua,
Tomar consciencia de lo tremendo
Y darse cuenta de las cosas:
Hay un amor en la plaza.

Si no estuviéramos en la misma plaza,
Correríamos el riesgo de no ser los mismos.
Pero vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida.
O lenguaje.

Pienso en la plaza como en un río en donde
Los barcos llegan y se van.
Pienso en tu cabeza y en tus pies sumergidos.
Soy el hombre que nada,
Soy el hombre que quiere ser aguada,
Para beber en tus lluvias y en la piel de tu pecho.

Si cerrás la puerta, la plaza puede durar para siempre,
Como un pájaro, pero de vidrio.
Y vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida.
O lenguaje.
En tu palabra al final todo es música,
Y un banco de madera en la plaza no puede ser aislante para tanta electricidad.
Si pudiéramos entendernos con los mosquitos de la plaza,
Que tocan las cornetas sin ser arcángeles,
Advertiríamos que en ellos también flota el aire pesado del pathos,
Y podrían ser el centro alado del mundo que es la plaza.

Pero en dónde encontrarte ahora que
Las personas no ocupan los bancos de la plaza?
O vida.
O lenguaje.
Vos no querés ir nada más que hasta el fondo.

La vida supera a la poesía,
Aunque la poesía sea la plaza.
Y el amor, o lo que sea,
Algo sin decir,
Una plaza llena de personas que no se hablan.