Por Pablo Romero
“Su corazón, una moneda” evidencia la línea que atraviesa de principio a fin el estilo (ya claro y visible) de Agustín Mazzini. Este volumen –compuesto por su primer y último libro- pone de manifiesto la potencia del acto creador, el oficio del artista, la angustia de no reconocer en las palabras nada propio, la conciencia de su propia limitación y la búsqueda incesante de la belleza.
El fuego con el que se encienden las imágenes, el whiskey, el rock, los bares, las calles desiertas, el blues, la nieve: en estos poemas cada palabra acarrea la experiencia humana, una tristeza irreparable y también el espíritu joven y revolucionario que se sobrepone a lo contingente.
La “primera persona del singular” (que según Jakobson es una manera de definir la poesía) habla, canta, retrocede y se desgarra en el intento de capturar en palabras el deseo y su afán de conseguir lo imposible.
El poema es entonces un instrumento inútil, incapaz de llenar el hueco de lo ausente, pero capaz de consolar los bordes de la herida, la gramática que potencia el acto creador del autodescubrimiento. The Rolling Stones, Basquiat, Baker, Girondo, McCartney, Morrison, Montreal y Buenos Aires dan cuenta de la identidad creadora, un Yo que se rehúsa a separarse de la escritura, una voz que decide habitar el poema para que lo imposible suceda en el mundo de lo creado.
¿Cómo te presentarías?
Como un poeta joven. Espero no sonar muy pretencioso, pero hay algo de esas dos cosas juntas que me entusiasman mucho.
¿Cuándo comenzaste a escribir?
A los 16 años, en la secundaria, cuando se terminó la relación con una novia. Al principio empecé leyendo y sentí eso que hace la poesía: transmitir con la palabra la sensación o sentimiento que estás experimentando, descubrir que había algo preexistente en vos que ahora que fue nombrado lo reconocés. Después quise tratar de ver si lo podía hacer por mi cuenta.
Es posible rastrear en tus obras más tempranas a García Lorca, Girondo, Mandrini, Gelman. ¿Podés hablarnos de tus primeras lecturas?
Como muchos, arranqué con Neruda y sus veinte poemas de amor junto con Walt Whitman, después le siguió la obra poética de Borges, pero la bisagra fueron Lorca, por un lado, con Poeta en Nueva York y la poesía de César Vallejo, por otro. Ellos fueron los culpables de que me dedicara con tanta intensidad a este oficio… Después, de los que nombrás podría hablarte rato largo de cada uno… descubrir a Gelman también fue un cimbronazo; un tipo que pasa por todo: desde lo coloquial de los primeros libros, el surrealismo de Anunciaciones, los poemas de Sidney West… sin palabras. Girondo lo mismo. El mundo Girondo; los paisajes donde lo onírico se mezcla con la realidad, sus poemas en prosa, lo existencial en Persuasión de los días. Y Mandrini, enorme poeta que falleció hace muy poco, con ese libro Conejos en la nieve. Sí, son autores que admiro especialmente, entre tantos otros, junto a Pere Gimferrer, Olga Orozco o Jacobo Fijman, por citar algunos más.
Tu primer libro mereció en el año 2015 el Premio Jorge Luis Borges de la Fundación Proarte. En él ahondas sobre el oficio del artista, lo que implica crear una obra. En esos poemas el acto de escribir es una performance, un happening. En esos poemas un cuerpo bajo la luz del escenario sacrifica todo lo que tiene para entretener a su público. ¿Seguís pensando igual? ¿Qué hace a un buen artista? ¿Qué tanto hay que sacrificar en pos de la obra?
Ese libro nació desde una gran desazón. Cuando lo escribí yo ya tenía claro que lo que más me interesaba -mi “vocación” si querés- era la poesía, y tenía que ir asumiendo la imposibilidad de vivir de ella. Además, también veía lo difícil que le resultaba a la enorme cantidad de artistas el subsistir en todos los sentidos de la palabra, enfrentándose muchas veces a la indiferencia del afuera. Eso en paralelo a la dedicación, el tiempo y las horas y la frustración y la prueba-error que requiere el proceso creativo. El libro trata el rol del artista desde ese lugar y, si bien sigo pensando lo mismo, hoy lo vivo con menos dramatismo. Entiendo que es un poco parte del juego que sea complicado. Al final, uno escribe para vivir y no vive para escribir, como decía, justamente, Juan Gelman. En cuanto al artista, al sacrificio y la obra… creería que cuanto más cerca está la obra del artista, más auténtica se vuelve y eso, la autenticidad y la honestidad, en el arte (y en la vida) vale mucho.
¿Pensás en el lector?
Todo el tiempo. Escribir es, para mí, ir al encuentro de un otro. Desde el arranque del arduo proceso de corrección trato de ponerme en su lugar, de sacarme del medio y pensar desde la piel de quien va a leer. Tanta importancia le doy que suelo entregar a muchas personas distintas borradores de poemas, incluso de libros. Apenas marcan algo que les gusta, sea una imagen, un verso, una palabra, una sección o un título, empiezo a construir y a corregir alrededor de eso.
En uno de mis poemas favoritos de Su corazón, una moneda el Yo lírico afirma: «se escribe, de a saltos, entre los pedazos del que se es y del que se fue». ¿Qué sentís al ver tu primer y tu último libro compilados en un mismo volumen? ¿Lees estos libros como quiebre, una continuación o como un espejo?
Los veo como parte de un camino que intento recorrer. Son dos libros distintos pero, al mismo tiempo, hay un hilo común que los ensambla, una especie de diálogo interno entre uno y otro. A pesar de que haya dos trabajos más en el interín que los separa, me parece que hay bastante de uno en el otro. Quiero decir: el hablante de El ciervo blanco… también vive su propio desierto y el hablante de El nombre de todos los desiertos continúa contemplando, observando y buscando un decir. Quizá no esté a simple vista, pero me parece que hay metáforas o símbolos que siguen ahí.
¿Crees que cambió la voz de tu poesía desde ese primer momento hasta la actualidad?
No se si uno pueda realmente cambiar la voz, sino que la descubre, la va puliendo, encausando, la va viendo ser atravesada por distintos hechos y volverse de una u otra manera… en ese sentido es como la música: algunas piezas requieren una voz más grave, otras una voz más aguda, subir o bajar un tono, etc. otras nacen así simplemente por naturaleza. La voz es algo misterioso en la poesía, por suerte. Está siempre presente y se va acomodando a la necesidad de cada decir en particular. En cuanto a lo que escribí, espero que se haya vuelto más sólida con el tiempo y que se note en ella que la recepción de la experiencia es distinta conforme uno crece y las cosas y los puntos de vista cambian.
Sé, porque tengo la suerte de conocerte, que escribís a mansalva. ¿Cómo es ese proceso? ¿Por dónde empezás?
Es cierto. Escribo mucho. Más de lo que me gustaría, pero lo necesito. En cuanto al proceso, al inicio anoto versos sueltos y acumulo; después me siento y veo a dónde apuntan cada uno, cuáles tratan de lo mismo y quizá (con un poco de suerte) aparezca un tema en particular de mi vida o de mi historia que podría ser dicho de esa manera. Otra cosa es el proceso de corrección. Tachar, mover de un lugar a otro, unir, separar. Ese que nunca termina, la parte más racional de la escritura y la más difícil, la creación en sí me parece más instintiva.
Ya nos contaste qué hace a un buen artista. Ahora me gustaría preguntarte ¿Qué hace a un buen poeta?
Para mí, la búsqueda de lo trascendente, el entrar en la esencia humana y de las cosas y poder manifestarla en palabras; cuanto más cerca de ese centro, de esa fuerza que mantiene todo en pie, de la energía vital, mejor es el poeta. Pienso por ejemplo en un Dylan Thomas, que trabajó mucho desde ese lugar. Un Octavio Paz también, la propia Pizarnik. Ni hablar de los autores que nombramos antes
¿Podrías mencionar algunos poetas vivxs que te gusten?
Sí, muchos. Pere Gimferrer y Jorge Boccanera, Hugo Mujica y el Teuco Castilla, Rodrigo Galarza (que tuvo la gentileza de prolongar Poemas de Rue Parthenais), Blanca Andreu. De mi generación, Vladimir Amaya y Miroslava Rosales de El Salvador, Sabrina Usach y Laura García del Castaño de Argentina, Elena Medel de España. A grandes rasgos… hay bastantes más.
Tu poesía insiste con nombrar lo que no está. Me atrevo a decir que tus poemas no están hechos de palabras sino de ausencias. ¿Para qué escribir?
Sí, es porque creo que está relacionada a la idea de deseo. El deseo siempre existe porque falta algo, es constante ausencia. Mejor dicho el Deseo, no por algo particular, sino como algo en sí mismo, el tener que convivir con el querer todo el tiempo algo. Mandrini, lo recuerdo a ese excelente poeta que falleció hace poco, tiene un poema que dice “Estoy entre los que buscamos Aquello”. Va por ahí… Schopenhauer lo planteó ya hace mucho. Y para qué escribir… no le creería a nadie qué estuviese seguro de para qué escribe, sin embargo, sí te puedo decir que es una necesidad.
Hay algo muy bíblico en la idea del desierto
Totalmente, y está hecho a propósito. Hay algo en los símbolos bíblicos que me fascina: el enorme peso lírico. Desde los salmistas que usaban hace 2500 años un paisaje para describir sus sentimientos y sensaciones hasta el propio Jesucristo. El pan, el vino, la lepra, el mar, la montaña. Es realmente impresionante. Y el desierto, como te digo, es al mismo tiempo un conjunto de cosas. Es el deseo pero también la soledad, el vacío, la desolación, la sed, la promesa de algo mejor (Moisés y la Tierra Prometida)… es maravilloso como uno al sugerir una palabra o una idea del desierto reúne, en un vocablo, todo eso y lo hace interactuar y relacionarse con otros elementos que remiten a otras cosas.
En el año 2019 fuiste becado por el Ministerio de Cultura en convenio con el Conseil Des Artts et des Lettres du Québec. Siento que tu estadía en el hemisferio norte materializó lo que durante años leí en tu poesía: yonkis, nieve, trenes, Cohen, la angustia del idioma. ¿Qué cosas te dejó la estancia en el extranjero?
Fue una experiencia increíble. Primero porque era una beca en donde tenía que ir a escribir durante un tiempo más largo que el de un viaje normal de placer, lo que me obligó a sumergirme en ese mundo que vos mencionás de una manera más profunda, es decir, compartir la cotidianidad con ese ambiente, tener que interactuar y hacerme parte. Y me dejó varias cosas; desde tener que convivir con un frío desmesurado hasta un bellísimo cosmopolitismo, dos cosas completamente desconocidas con ese nivel de intensidad para mí. También estar y escribir sobre las calles por las que anduvo ese primer Leonard Cohen, hablo no del cantante famoso, sino del poeta de Montreal, que es el que más me interesa a mí. Pude dar una conferencia sobre poesía argentina en la Université du Québec á Montréal, meterme en los bares a escuchar poetas a los que, por supuesto, no entendía una palabra porque aún no comprendo el francés. Me dejó también un libro que quiero mucho, algunos amigos y las ganas de volver.
Naciste en Buenos Aires, una ciudad nutrida, construida y sostenida por un enorme imaginario que atraviesa la escritura de Borges, Girondo, Discépolo, Gardel, Perlongher, Lamborghini y tantísimos otros. ¿Con qué ojos ves a tu ciudad? ¿Qué implica para tu poesía haber nacido ahí y no en otro lugar?
A Buenos Aires me une que, al menos hoy, es mi lugar en el mundo. Los edificios, las calles, las personas, el movimiento. Siento que todo eso habla de mí y es por eso, creo, que yo hablo de ella. Asimismo, como bien decís vos… Marechal y Borges (por nombrar sólo dos ejemplos) directamente la tratan como algo místico y metafísico, casi que Buenos Aires es un estado. En mí también representa una forma de ser, de entender el resto de las cosas. Desde esos ojos la veo. Y qué implica haber nacido acá… me dijeron más de una vez que lo que escribo tiene un tono de cierto lamento tanguero. No soy muy consciente de eso ni es buscado, así que supongo que esta ciudad se me sube un poco a los poemas.
Hace muy poco ganaste el Premio de Poesía Joven Martín García Ramos otorgado por el Ayuntamiento de Albox de Almería, España. ¿Podrías hablarnos de ese libro?
Poemas de Rue Parthenais es un libro que nace de la experiencia montrealense. Tiene dos partes muy identificables; la primera está más relacionada con el “afuera”: la ciudad y sus avenidas, sus parques, sus colores, etc. y la segunda es más del “adentro”, pero ambas dos están impregnadas de ciertos temas comunes: la extranjería, la soledad, el amor y el desamor, la nostalgia. Sin embargo, aunque sean temas que puedan sonar un tanto melancólicos, creo que está enlazado a ello un deslumbramiento casi cercano a la niñez, una inocencia del descubrir un mundo nuevo.
¿En qué estás trabajando en este momento?
En un libro que no sé cómo se llamará. Todavía lo estoy armando. Son poemas que hablan mucho, como bien decías vos, de la ciudad en relación al sentir o a esa sensación lírica que se genera a partir de la urbanidad más bien porteña. También hay poemas de desamor y de amor, del oficio del poeta, sobre la muerte. Estoy seguro de que los temas de la poesía no son muchos: la muerte, el amor, el desamor, el tiempo, la soledad y alguno que otro más. A lo que más le presto atención es al cómo.
Por último me gustaría preguntarte, ¿cómo te gustaría ser recordado?
Con “un buen poeta” me conformo. Espero no sonar demasiado pretencioso.
Agustín Mazzini
Buenos Aires, 1993
Ha sido reconocido con el primer premio Jorge Luis Borges (Fundación Proarte), el Premio para jóvenes poetas Bustriazo Ortiz y con el XIX Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos. En 2019 fue becado por el Ministerio de Cultura en convenio con el Conseil Des Artts et des Lettres du Québec