Natalia Leiderman (Buenos Aires, 1990) es interrogada en Retrato incendiario, nuestra columna de veinte preguntas para poetas nacidxs después de 1985.
1 -¿Cuál es la historia de tu nombre?
[8:49 p. m., 22/12/2021] Natalia L: Otra pregunta para cuando me puedas responder. [8:49 p. m., 22/12/2021] Natalia L: Cuál es la historia de mi nombre? [8:50 p. m., 22/12/2021] Claudio Leiderman: Buscamos algo que soñara con el apellido. [8:50 p. m., 22/12/2021] Claudio Leiderman: Teníamos varias opciones. [8:51 p. m., 22/12/2021] Claudio Leiderman: Por ahí en algún cuaderno de mamá deben estar. [8:52 p. m., 22/12/2021] Claudio Leiderman: Lucía lo elegí yo. Mamá quería solo un nombre.
Me llamo Natalia Lucía. Nunca me disgustó mi nombre, ni tuve ansiedad de otros, aunque la poesía es una forma de buscarse otros todo el tiempo. Me gusta de mis nombres la resonancia de brillo y nacimiento. Escuché que mi mamá le robó “Natalia” a una amiga que le iba a poner así a su bebé. Me gusta pensar en eso también, en un nombre robado.
2 -¿Qué música suena cuando escribís?
En medio de un ruido blanco, asciende un latido. Puede ser lento a veces, tomarse pausas de verso a verso, como saltando grandes precipicios. O puede ser galopante, zumbante, desbocado. Pero siempre se escucha eso: una música de acáestoy-acáestoy-acáestoy, el compás obstinado de un corazón rojo.
(Y después, cuando el poema ya está escrito, esta canción: “Feeling Good” de Nina Simone)
3 -¿Cuál fue el primer libro que te impactó y por qué?
Uno de los primeros libros que me impactó fue Demian de Herman Hesse. Lo leí a los 12 años y me cautivó esa especie de enamoramiento que tiene el narrador por Demian, un personaje andrógino y deslumbrante que le hace estallar la cabeza, le abre el universo. Es como si hubiera asistido yo también, con la novela, a esa nueva apertura de lo vivo. Yo también me enamoré de Demian, de los matices de lo sagrado, del claroscuro del mundo.
4 -Al escribir, ¿sos consciente de tus lectores?
No, solo difusamente; como quien escribe una carta fundamental y la envía al azar, sin destinatario preciso. Deseo alcanzar otro cuerpo, sostener, amar, pero tengo un amor ciego: no sé a quién, no importa; entonces furiosamente pienso en cómo. Creo que “lxs lectores”, ese “otro lado”, se vuelven más reales cuanto más te olvidás, y más confiás en lo profundo y fangoso de vos mismx; porque es en esa oscuridad donde está lo mejor, que es lo que no nos pertenece ni entendemos del todo. Y creo que tenemos que traerlo a la superficie así, en estado de pregunta.
5 -¿A qué color crees que se parece tu escritura?
Violeta. Un violeta a veces grisáceo, terroso. Y a veces vibrante eléctrico, como a punto de reventar de tormenta.
6 -¿Atesoras algún libro firmado? ¿por quién?
Atesoro todos los libros de Patricio Foglia, que están firmados y con dedicatorias-cartas; los quiero cerca y abrazo esos objetos, porque es el chico que me gusta y unx fetichiza locamente en el amor.
7 -¿Cuál es tu película favorita?
Stalker, de Tarkovski. No sé si es mi favorita pero la vi muchas veces en distintos momentos de mi vida y siempre me pasó algo.
8 -¿Quién es tu artista plástico favorito?
Estoy muy fascinada desde hace un par de años con Celia Paul, una pintora inglesa que hace sobre todo retratos de sus seres queridxs. En sus pinturas, todo parece inestable, vaporoso. Cuando miro sus retratos, siento vibrando ahí la conciencia de que todxs somos fantasmas.
9 -¿Te quedaste con algún libro prestado?
Sí. Pensé que no era ese tipo de persona pero el tiempo demuestra que soy una ladrona. Me quedé con varios. Oliver Twist fue el primero; me lo prestó un compañero de inglés que fue un amorío frustrado, y no se lo devolví porque no quería verlo y además, él leía solo por hobbie. Así que no hay remordimiento. Pero después me quedé libros sin intención; sencillamente fue pasando el tiempo y todavía están en mi biblioteca. Así, usurpé The Great Gatsby a una amiga que está viviendo en otro país (la extraño a Carla, y nunca pude avanzar más de diez páginas con ese libro). También me quedé con Desayuno en Tiffany’s de Capote; me lo prestó un tal Carlos García, que no era Charly pero se hacía llamar Charly; un hermoso ser de la facultad de Historia. Por su nombre, fue imposible encontrarlo en redes. Carlos quiso prestármelo sin conocerme porque estaba enamorado de esa novela, la amaba tanto que no pensaba en poseerla; sé que fue el libro que más justamente me quedé. Y por último, tengo Los amores difíciles de Italo Calvino, libro hermoso que es de Florencia pero a ella sí se lo voy a devolver (se lo recuerdo con culpa cada vez que la veo). Los libros son parte de ese movimiento de amores difíciles. Son prueba material de ese ruido de intercambio, deseo, torpeza, entusiasmo por lo vivo y múltiple; de ese amor desprolijo y desbordado, que insiste y se contagia.
10 -¿Qué libro no te devolvieron?
No sé, seguro hay varios pero no lo controlo; lo que di, di y volverá en forma de otro libro o de un beso.
11 -¿Qué consejo de escritura le darías a tu Yo del pasado?
No me creo una versión más evolucionada de mí misma en la escritura. Le diría, sí, seguí el furor, seguí la obsesión, el impulso. Pero creo que de alguna forma lo seguí. Yo creo que el estilo está hecho de obsesiones, no de cálculo. La forma se acomoda, y no me asusta lo precipitado o lo desprolijo. Como dice Sylvia Plath, la perfección es terrible, no puede tener hijos.
12 -¿En qué lugar te gustaría estar en este momento?
Hace calor: me gustaría estar de cara al cielo, en algún río, fresca e hipnotizada; sentir ese paréntesis, esa inminencia de nacer.
13 -¿Cómo ordenas tu biblioteca?
Tengo en una parte de la biblioteca todos los libros más hermosos de mi vida, con los que tuve piel, los que me transformaron. Así tengo cerca físicamente a mis amores y puedo traerlos fácil a mi memoria y a mis manos si quiero prestarlos. Ese es mi ordenamiento más lindo. El resto, lo ordeno por esas categorías medio facultativas que nos sirven para eso; para ordenar y ser operativxs.
14 -¿A qué libro regresas cada tanto?
Últimamente vuelvo mucho a Migraciones, de Gloria Gervitz. Es como un rezo de toda una vida, es como una lenta elegía, es como algo que nunca decanta; flota y nunca hace pie del todo. Ese poema que Gloria escribe y sigue escribiendo y reescribiendo toda su vida se volvió, el último año, con la muerte de mi mamá, un libro al que vuelvo porque la poesía es también un libro sagrado y una forma de rezar.
15 -¿Qué autor no te cansa nunca?
Virginia Woolf.
16 -¿Reescribirías tu primer libro?
No estoy tan enamorada de mí como para elegir a conciencia de nuevo lo que hice. Pero esta es la que me toca y entonces reescribiría todo porque acá estoy, a merced de mí, de este vehículo que soy yo. Además, también escribir es reescribirse. Repetirse y ser otra. Y tal vez todos los libros de unx sean un solo poema que se continúa, como el de Gloria G.
17 -¿Qué libro te hubiera gustado escribir?
La Señora Dalloway, de Virginia Woolf.
18 -¿Podés mencionar tres poetas vivxs que te gusten mucho?
Sí. Estela Figueroa, Osvaldo Bossi y Elena Anníbali.
19 -¿Para qué escribir?
Estar viva es difícil, y yo soy lenta para asimilar la experiencia. Y hay tan poco tiempo, y yo demasiado torpe. Escribir es la forma más rápida que tengo de moverme, como dice Chantal Maillard: me hace sentir más viva, más múltiple, menos yo, más en diálogo con mis ancestros, con mi nacimiento y mi muerte. Me hace sentir más de lleno el mundo, y el tiempo late como fruta entre mis manos.
20 -¿Qué es la poesía?
Una forma en que la luz se derrama sobre las cosas; una pregunta agria y abrillantada; una nave para viajar entre reinos y cruzar fronteras. Lo vivo se toca con lo muerto, lo viejo con lo niño, no tenemos género, estamos adentro y afuera del tiempo.
Natalia Leiderman
Buenos Aires, 1990
Escribe y saca fotos. Publicó
los poemarios “Animales dorándose al sol” (El Ojo del mármol, 2016) y “Stařenka” (Caleta Olivia, 2019). Forma parte de las antologías “Liberoamericanas: 80 poetas
contemporáneas” (Liberoamérica: plataforma literaria, 2017), “Otros colores para nosotras: poetas argentinas contemporáneas” (Ediciones Continente, 2018) y “Camellia. Mujeres que toman té” (Ceniza Editora, 2021). Tradujo, junto a Patricio Foglia, “El pájaro rojo” y “El trabajo del sueño” de Mary Oliver (Caleta Olivia, 2017 y 2021). Forma parte de Medusa, agrupación de poetas y traductoras.