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Por Pablo Romero.

 

Paulina Vinderman (Buenos Aires, 1944) es una de las voces fundamentales de la poesía argentina contemporánea. Su estilo pareciera enarbolar el sentimiento de toda una generación. Autora de diecisiete libros de poesía contenidos en Tocar el cielo oscuro (Obra reunida, 2020), mereció numerosos premios y distinciones entre los que destacan Premio Letras de Oro 2002, Premio Literario de la Academia Argentina de Letras 2004-2006, Premio Citta’ di Cremona 2006, Premio Alfonsina Storni 2019. Conversamos con la autora de Adelaida sobre la escritura, la traducción y sus influencias en esta exclusiva entrevista para Revista Aguacero.

 

 

 

Existe una gran dificultad a la hora de pensar en una teoría unificadora de la lírica, ya que, como afirma Genovese, “El Yo de la enunciación se posiciona de diferentes maneras en el poema”. ¿Quién es la voz que habita en tu poesía? quiero decir, ¿qué tan lejos está Paulina de la voz creadora? ¿Son la misma voz?

El “yo poético” por supuesto, es y no es “mi yo”. La voz que habita en mis poemas tiene, sin lugar a dudas, mi respiración, pero traspasada por la voz del lenguaje, esa voz ancestral que parece llegar desde el fondo de los tiempos y es la que escribe y me escribe. A veces más lejos, otras menos, pero la toma de distancia es el mejor modo de obtener cercanía.

 

En tu poesía dialogan muchas voces: Walcott, Varela, Auden, Orozco, Carrol, Lispector, Negroni, Plath, Coetzee, Cixous y muchísimos otros. Hay evidencias de todos ellos en tu escritura, a veces incluso con citas directas que funcionan de pie de arranque del poema o como sostén de su idea. Una vez escuché decir que el más creativo es quien esconde mejor sus influencias. Sin embargo, vos te empeñas en mostrarlas. ¿Por qué hacerlo?

Los poetas que se inmiscuyen en mis textos, lo hacen naturalmente porque están en mi mente, en mi vida, en mi corazón. La mayoría de ellos no han sido verdaderas influencias sino admirados compañeros de ruta, de hermandad.

No soy original; ese diálogo lo realizan muchos/as poetas en su obra. Me parece absurdo esconder las influencias además de ingrato: Nadie escribe desde cero. Caminamos trepados a los hombros de los gigantes que nos precedieron; por otra parte los escritores siempre han sido y son grandes lectores.

 

¿De qué manera crees que dialoga tu escritura con la escritura de tus contemporáneos? ¿Encontrás puntos en común?

Sí, encuentro puntos en común. Veo una pluralidad de voces de enorme riqueza, un abandono de los ismos por las voces y un nuevo acercamiento a la lírica.

 

En una entrevista de hace unos años mencionas a Raúl Gustavo Aguirre y a Joaquín Giannuzzi como dos personajes centrales en el desarrollo temprano de tu poesía. ¿Qué fue lo que te enseñaron?

Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley, hacedores de ese movimiento extraordinario que fue Poesía Buenos Aires, eran mis referentes. Fui a verlos con mi primer libro editado y me recibieron con asombroso entusiasmo y generosidad; más tarde se sumó Joaquín Giannuzzi que se comportó como un padre. No enseñaban, eran maestros por ósmosis; contagiaban su pasión por la poesía, por la literatura, el país y el arte, con ética, dignidad y solidaridad.

Paulina Vinderman junto a Joaquín Giannuzzi

¿Qué te gustaría enseñar a través de tu escritura? o dicho de otro modo, ¿qué es lo que querés dejarle al lector? ¿sos consciente de su existencia a la hora de escribir?

No pienso en el lector cuando escribo, ya que escribo “por” y no “para”; ese “por” es una profunda necesidad. Sin embargo todo poema es un diálogo —a veces desesperado— con uno mismo, con interlocutores disímiles, reales o imaginarios. En el fondo, siempre, el máximo interlocutor es el lenguaje; el poema resulta así, una oración al lenguaje. Finalmente, después de todo, es el lector el que da vida al poema, el que reafirma su existencia.

¿Qué quiero dejarle? Un temblor, una pequeña revelación, complicidad con los interrogantes e inquietudes del poema, trastocarlo aún por un minuto solamente; despertarlo si duerme. El ideal sería estimularlo a leer más poesía, incluso a escribirla.

 

Dentro de tu imponente carrera, una faceta que no pasa desapercibida es la de traductora. A la hora de traducir ¿transcribís, reescribís o reinventas?

¡Ah, la traducción! Es un hermoso desafío. La tarea es dar voz al poeta en castellano tratando de ser fiel al clima y al estilo de su escritura, y, al mismo tiempo, lograr fluidez y ritmo. Se aprende más del propio idioma que del idioma a traducir.

 

Pareciera ser que en tu poesía el personaje principal es el lenguaje, la voluntad (vana) de intentar retener palabras con las manos. En tu poesía los adjetivos lloran, las palabras deben ser cazadas, el lenguaje es una casa y también la intemperie. ¿Para qué escribir? ¿Para qué insistir con ese lenguaje que no se deja aprehender?

Claro que sí Pablo, es el lenguaje el personaje principal. La poesía es una aventura en el corazón del lenguaje, la sangre del idioma. Es una búsqueda de lo perdido y es el lenguaje el único capaz de apresarlo, de hacerlo renacer aún de modo fugaz; viajar en él es ir hacia el origen, volver a nombrar. Parafraseando a John Berger, el poema toca una ausencia de la que, de no ser por él, no seríamos conscientes.

Según Brodsky, y me uno a él, el poeta ha sido herido por el lenguaje, generalmente en la infancia. En lo estrictamente personal, mi fascinación por la palabra comenzó en la infancia. Aprendí a leer sola a los cuatro años y el poema apareció a los diez (antes escribía composiciones y cuentos). Con esa percepción que tenemos de niños, supe que ese era mi lugar, mi respiración.

La poesía agrega vida a la vida, la carga de sentido, ilumina los rincones oscuros de la existencia, se zambulle en el mundo para comprenderlo, para poder ver, incluso en la oscuridad. Al ser el lenguaje lo que nos hace humanos, la palabra poética se convierte en una voz humanísima en el tembladeral del mundo.

El poema une lo que ha sido desperdigado, lucha contra la muerte y contra el olvido y deja una huella del misterio que somos.

 

¿Alguna vez has tratado de escribir una novela? ¿Qué lugar ocupa la narrativa en tu vida de lectora?

Sí, a los dieciocho años: la tercera parte de una novela y dos o tres cuentos, pero el poema golpeaba a mi puerta; era mi visitante privilegiado. He sido y soy una lectora voraz, de modo que la novela, el cuento, el ensayo, ocupan un lugar importantísimo.

 

En Cuaderno de dibujo condensas lo que en tus otros libros se percibe como un rastro: el poema como un escenario pictórico donde es posible encontrar el hilo que conecta tu poesía con algunos artistas plásticos: Caravaggio, Rembrandt, Bacon, Matisse, Picasso. Incluso dedicaste un poema a los “pintores del paleolítico”, en el que la voz poética afirma “me he convertido en un pintor de ausencias”. ¿Cuál es tu relación con las artes plásticas? ¿Qué vinculo estableces entre la poesía y la pintura?

Las artes plásticas me deslumbraron desde muy chica. Siempre me interesó la íntima relación entre poesía y pintura. Grandes poetas y pintores escribieron sobre el tema. Recuerdo a Braque en especial y a Wallace Stevens.

“Cuaderno de dibujo”, sin proponérmelo comenzó a girar en torno a la génesis, el impulso primario de la lapicera y el pincel: esa aceleración de la percepción, la visión de relaciones insospechadas entre opuestos.

Los pintores del Paleolítico me asombran y hechizan desde hace muchas lunas. Ese poema que les dediqué le da voz a uno de aquellos pintores; es él el que dice: “me he convertido en un pintor de ausencias”. Los siento muy cercanos; sus sueños, sus miedos, sus interrogantes son los nuestros.

 

Tu último libro, Adelaida, es el único poemario que existe hasta el momento afuera de tu obra reunida. ¿Ha sido esta una decisión consciente o del azar? ¿Qué es Adelaida?

Escribir Adelaida me hizo feliz porque significaba que la Obra reunida no era un cierre; y su edición en Aguacero me hizo más feliz aún.

Adelaida surgió gracias al Atlas de la Poesía argentina que editó la Universidad de La Plata; se nos pidió a los poetas antologados definir en un texto breve nuestra isla poética. Inventé Adelaida, lo envié y meses después la poesía irrumpió y me encontré escribiendo en y desde Adelaida.

 

¿Qué es lo que estás escribiendo ahora? ¿En qué otros proyectos estás trabajando?

He tenido fiebre de escritura; tengo un libro cerrado del año pasado y estoy casi finalizando el de este año. La tristeza, el encierro y la soledad de la pandemia tuvo que ver. El poema era el único lugar donde estaba viva y entera. Una prueba más de la necesidad de la palabra poética en tiempos sombríos.

 

Y por último me gustaría preguntarte ¿Cómo te gustaría ser recordada?

Como una mujer que dedicó su vida a la poesía. Como una mujer que soñó con un mundo mejor y admiró profundamente a los y las personas que trataron de hacer realidad esos sueños.