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Por Pablo Romero

Natalia Litvinova es poeta, editora y traductora de poesía rusa. Nació en Bielorrusia en 1986 y vive en Buenos Aires. Publicó varios libros de poesía, entre ellos: Todo ajenoSiguiente vitalidadCesto de trenzasLa nostalgia es un sello ardiente y Soñka, manos de oro. Su obra ha sido publicada en Alemania, Francia, España, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos. Conversamos con la autora sobre sus primeras lecturas, su acercamiento al español, la traduccion, su trabajo editorial, el panorama actual de la poesía y su residencia en La Coruña.

 

[P.R.] A los diez años emigraste con tu familia desde Bielorrusia hasta Argentina. ¿Cuáles fueron las razones que motivaron ese viaje?

[N.L.] Fueron muchas las razones y algunas tal vez ni las conozco. Bielorrusia es un país con gente y paisajes hermosos pero tiene una historia compleja, es una tierra donde ya no es posible vivir. Mamá nunca estuvo de acuerdo con la política dictatorial, por esa razón y temiendo las secuelas del accidente nuclear en Chernóbil, decidió que debíamos marcharnos. No nos imaginaba, a mi hermano y a mí, creciendo en Bielorrusia en esas condiciones, y tenía razón, hoy los bielorrusos están involucrados en esta guerra terrible, algunos están vendiendo lo que pueden para irse y se lamentan de haber sido tan sumisos todos estos años, es un tema complejo y doloroso, como dijo recientemente Diana Bellessi: Estamos viviendo una época de exterminio.

 

Todos tus libros están atravesados por un sentimiento constante de “extranjeridad”: primero en el lenguaje, luego en todas las cosas. ¿Considerarías tu llegada al país como el “mito fundacional” de tu poesía?

Pascal Quignard, un filósofo francés que me gusta mucho, cita un término utilizado por Longino: “Xeniteia”. Quignard aclara que en realidad xeniteia es una actitud: Quien pretende vivir como un extranjero debe vivir como un extranjero: no comprender nada, no ser comprendido, callarse allí donde vive, hacer gestos y luego dejar de hacer gestos, sonreír y luego dejar de sonreír”. Creo que los primeros dos años en Buenos Aires fueron exactamente eso para mi familia y para mí, esa sensación de estar desencajados, como flotando, como si la tierra ya no estuviera bajos los pies. Esa sensación impregnó varios de mis libros, indudablemente a Esteparia, mi primer poemario y a Todo ajeno, mi tercer libro. Había algo salvaje sobre la extranjería en esos libros, luego indagué conscientemente el tema, ese estado, en poemas como Autobiografía, (“Siguiente vitalidad”).

 

¿Recordás tus primeras lecturas en español? ¿Cuáles fueron?

Sí, las recuerdo muy bien, como si me desdoblara para verme en esa época, como si me observara en una fotografía. Me recuerdo a los 14 años en la biblioteca humilde de la escuela secundaria a la que asistí, esa biblioteca quedaba en el subsuelo, muchas veces sueño con ese subsuelo lleno de libros, como una cueva solitaria, toda para mí, leyendo a Lorca. Lorca me dio la música. Sonreía leyéndolo. Después tomé prestado un libro de Juan Gelman, no recuerdo cuál, sus poemas me resultaron cercanos, familiares, lo quise de inmediato.

 

¿Qué le aportó la cultura argentina a tu poesía?

Tal vez es mejor no tener una respuesta clara para una pregunta así. Viví  mis primeros 10 años en Bielorrusia y 26 en Argentina, y sigo viviendo acá, en esta cultura en constante transformación, no puedo alejarme y deducir qué le aportó a mi poesía, o a mi forma de ser, porque está pegada a mí y yo me nutro. Todo lo que me ocurrió pudo haber aportado una marca para mi escritura. Todo lo que no me ocurrió, también. Todos los libros que leí. Todas las cartas que escribí. Lo perdido retornando siempre.

 

¿Solo escribís poesía en castellano? ¿Por qué?

Empecé a escribir en castellano cuando aún no hablaba ni escribía bien en castellano, y eso era una dificultad sabrosa, un juego nuevo, podía construir y derribar las reglas, imitar a Lorca, dialogar con Gelman. Un juego nuevo contra la nostalgia, porque en esa época yo extrañaba mucho mi vida en Bielorrusia, a mis amigos, a mis abuelos, a los animales en el campo. Años más tarde, a los 23, publiqué mi primer libro, al que había llegado tropezando en uno de los idiomas más hermosos, el español. Yo había arado ese idioma, lo había horadado.

 

¿Cuándo comenzaste a traducir? ¿Con qué autores empezaste?

Empecé a traduciendo a Serguéi Esénin, mi poeta favorito desde la infancia, sus poemas plenos de abedules y naturaleza, un canto pagano a los dioses del campo. Después traduje a Vladimir Maiakovsky, el enemigo íntimo de Esénin, traducía para mí. Mamá un día me dijo: Y por qué no traducís este poema de uno de mis poetas favoritos: Niña fea, de Nikolai Zabolostky. No sé dónde quedó esa versión, pero causó un gran impacto en mí ese poema y el pedido de mi madre. Y así de una vanguardia salté a otra y de a poco se empezó a abrir un mapa inmenso y complejo. Hasta que decidí traducir seriamente e intentar que se publicaran poetas no tan conocidos: Innokenti Ánnensli, Zinaida Gippius, Cherubina de Gabriak.

 

También traduzco lenguas eslavas, y encuentro en esa literatura una melancolía distinta a la del español. ¿Estás de acuerdo? ¿Qué tan distinto es el tono de la poesía rusa en comparación con la poesía escrita en castellano?

No sabría distinguir las melancolías, pero intuyo que tenés razón y podría ser por los paisajes distintos y sus extensiones, por las guerras y las pérdidas. Yo por ejemplo encuentro coincidencias importantes y no tan transitadas, el humor. Recuerdo un hermoso capítulo del libro de crónicas “Sombras rusas” de Liliana Villanueva, quien pasó una temporada en la URSS durante la inquietante década del 90 y tuvo la posibilidad de entrevistar a Pável Grushkó, el traductor al ruso de Cortázar. Decía que los rusos amaban la obra de Cortázar porque  compartían y entendían perfectamente su humor, su ironía, el mensaje subliminal. Dijo que las letras rusas siempre tuvieron ese contenido de sátira y humor como el que se desprende de la obra de Cortázar.

Y en cuanto a qué tan distinto es el tono de la poesía rusa en comparación con la poesía escrita en castellano, es una pregunta muy amplia, porque Rusia tiene una tradición extensísima, podríamos hablar meses sobre las vanguardias que revolucionaron la poesía rusa del SXX. Es que no creo que haya un único tono ruso, como tampoco creo que haya algo así como un tono de la poesía escrita en castellano, hay tonos en todo caso, vastedad, hallazgos, rupturas.

 

“La escuela de Navokov” plantea que la extranjeridad del original debe poder percibirse en la traducción; en palabras de Gabriela Adamo “generando algo parecido al efecto brechtiano, y a la vez expandiendo su idioma y su capacidad de percepción”. ¿Coincidís con esta noción? ¿Crees que es posible transportar la melodía del ruso al castellano? ¿La traducción es una copia o es un nuevo original? ¿Crees que la traducción siempre supone una pérdida?

El idioma ruso claramente tiene su música, que no puede trasladarse a otros idiomas, como la música de otros idiomas no es trasladable al ruso. Pero además, cada poeta que traduje, supo hacer con la lengua su música; la letanía de Joseph Brodsky no es igual a la letanía de Anna Ajmátova. Cada autor o autora que comienzo a traducir propone un desafío nuevo y una posibilidad de seguir aprendiendo, me acerqué a este oficio con mucho respeto. Intento comprender las intenciones de cada propuesta, de cada verso y del conjunto. Aspiro a que la traducción conserve su esencia, su profundidad primera. Lo hermoso de la traducción para mí es que se trabaja la pérdida y también la reconstrucción y así no llegamos a la otra orilla con las manos vacías y sin música. Nunca olvido esta frase de Anne Michaels: Leer un poema traducido es como besar a una mujer a través de un velo. Algo se pierde en la traducción, es cierto, pero la traducción nos da la posibilidad de llegar a besar.

 

¿Qué autor/a disfrutaste más traducir?

Disfruté muchísimo trabajar con los poemas de Anna Ajmátova, tal vez porque me tomé el tiempo necesario, nadie me apuró y eso es importante. Fue un trabajo al principio solitario y luego me llevó a un dialogo muy enriquecedor con mi madre que supo iluminar algunos términos, de otra manera, me ayudó su perspectiva y su conocimiento más profundo del idioma ruso. Pude jugar con la música de sus poemas, las anécdotas, la tragedia de sus poemas, espero haberlo hecho bien. Fue fundamental revisitar su biografía. Fue la invitación a un viaje hacia el pasado de Rusia y las vivencias de Anna.

 

Desde hace algunos años dirigís, junto a Tom Maver, Editorial Llantén. ¿Podrías contarnos contarnos cómo surgió el proyecto?

En 2017 con Tom Maver decidimos lanzar esta editorial y la llamamos Llantén. El llantén es una planta medicinal que se usa para curar de manera natural, enfermedades y molestias de diferentes tipos, creemos que esa función también la cumplen la palabra y la poesía. Al principio nuestra editorial estaba dedicada a la traducción de poesía, pero pronto nos abrimos hacia nuevas propuestas e ideas y publicamos poesía escrita en español: argentina, colombiana y española. Este año editamos el primera libro de ensayos, un libro emotivo y necesario para estos tiempos: “La religión Hölderlin” de Javier Galarza. Me animo a decir que para nosotros Llantén no es solo una editorial, es un hogar para muchas voces y descubrimientos, es un sueño que vamos cumpliendo con cada libro que editamos  con respeto y dedicación. También es una plataforma que sirve para dar a conocer el trabajo de los traductores y traductoras que admiramos y que viven en distintas partes del mundo, como Geraldine Gutiérrez-Wienken, Adalber Salas Hernández, Micaela van Muylem.

 

Desde tu lugar como editora y traductora acercaste al mercado editorial varias autoras que antes eran de difícil acceso. ¿Para qué rescatar esas voces? ¿Qué crees que aportan al panorama actual de la poesía en español? En tu sello editorial hay voces hermosas como las de Villalba, Turbina, Domin, Bonnett, Doolittle. Es un catálogo poblado por grandes mujeres. ¿Ha sido esta una decisión consciente? ¿Cuál es el criterio que aúne a lxs autorxs de Llantén?

En 2017, cuando nos sentamos con Tom Maver y abrimos un cuaderno para armar la primera lista de autores que deseábamos publicar, rápidamente la hoja se llenó de nombre de mujeres. Siempre decimos que en Llantén nos mueven las pasiones. Elegimos a los autores y a las autoras por sus historias de vida y la calidad de su obra. Creemos que todos los libros que publicamos son como faros: a partir de ellos podemos dialogar sobre la sexualidad, la desmesura, las inclemencias del SXX, las deportaciones y los exilios, la extranjería, la potencia y la fragilidad de lo cotidiano. Las poetas que elegimos hasta ahora no separan la vida de la obra ni la obra de la vida. También tenemos en cuenta lo que falta o lo que deja de reeditarse, muchos de los libros de Susana Villalba no se conseguían, una poeta brillante poeta, premio Nacional de Poesía en 2019, y decidimos editar una amplia antología de sus poemas, con fotos de las tapas de las primeras ediciones y un texto introductorio escrito por la autora.

 

¿Qué pensás de la poesía contemporánea? ¿Podrías mencionar algunxs autorxs que te gusten?  

Hace mucho sigo de cerca a varias poetas de España, Argentina y Chile y en estos dos últimos años sacaron libros maravillosos, no solo por su técnica y belleza, sino también porque pusieron “sobre la mesa” temas profundos e importantes para reflexionar. Siempre espero ansiosa los próximos libros de: Susana Villalba, Mariela Dreyfus, Chantal Maillard, Paulina Vinderman, Piedad Bonett, Elvis Guerra, Sara Torres, Elena Medel, María Sánchez, Diego Muzzio, Susana Szwarc, Luna Miguel, Javier Galarza, Reina María Rodríguez, Yolanda Pantin, María Malusardi, Malú Urriola, Ámbar Past, entre muchxs otrxs.

 

Recientemente fuiste seleccionada para participar de la Residencia de escritores 1863 en La Coruña, España. ¿Cómo ha sido esa experiencia?

Estuve un mes frente al mar, conviví con las gaviotas, caminé y leí junto al agua, comí pescado y escribí. Reflexioné sobre lo valioso que es de pronto tener tiempo de calidad para la escritura. Pensé mucho en Un cuarto propio de Woolf. En la soledad que a veces podemos construir para la escritura (Marguerite Duras: “la soledad no se encuentra, se hace”) pero muchas veces nos resulta sumamente difícil construirla y por múltiples razones. Haber estado en la Residencia Literaria en La Coruña, sola, durante un mes, escribiendo, me revolucionó los sentidos, volví a una novela que tenía abandonada y hubo días en los que no podía parar de caminar por la ciudad y de escribir en mi cabeza. En un mail que le envié a un amigo desde La Coruña, dije: El viento del mar me está limpiando la cabeza y puedo escribir.

 

¿Qué estás leyendo actualmente?

Lo que hay, de Sara Torres, novela preciosa que empecé en La Coruña y me acompañó durante la estadía en la Residencia Literaria, ahora estoy a punto de terminar Los seres queridos de Berta Dávila. Y estoy releyendo a Ingeborg Bachmann y celebrando la traducción de Cecilia Dreymuller.

 

Por ultimo me gustaría preguntarte, ¿cómo te gustaría ser recordada?

Como alguien a quien le gustaban las plantas y las flores, muchísimo más que la tragedia y la nostalgia.