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por Enrique Solinas.

Entrevista realizada en el año 2016 y publicada originalmente en Vallejo & Company

 

Alfredo Fressia (Montevideo, Uruguay, 1948 – Brasil 2022). Fue poeta, ensayista, traductor y profesor. Residió en Sao Paulo desde 1976. Colaboró con publicaciones de su país y del exterior, forma parte de antologías latinoamericanas e internacionales. Obtuvo los Premios del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay 1973, 1997 y 1999, Primer Premio Bartolomé Hidalgo 2008. Entre sus obras destacan n esqueleto azul y otra agonía (1973), Clave final (1982), Noticias extranjeras (1984), Destino: Rua Aurora. (en portugués, Brasil, 1986; en español, México, 2012), Cuarenta poemas (1989), Frontera móvil (1997), El futuro/O futuro (Edición bilingüe, Portugal, 1998), Plaquette com desenhos de Francisco dos Santos (São Paulo, 2012), Amores impares (Collage de poesía creado sobre textos de nueve poetas uruguayos, 1998), Veloz eternidad (1999), Eclipse. Cierta poesía 1973-2003 (México, 2003), Ciudad de papel. Crónicas en movimiento (2009), Senryu o El árbol de las sílabas (2008),Canto desalojado. (Antología bilingüe, São Paulo, 2010), El memorial de hombres que me amaron. (México, 2012), Poeta en el Edén (México. 2012 y Montevideo, 2012), Homo Poemas (2012), Cuarenta años de Poesía (2013), Clandestin. L’Harmattan (París. 2013), Susurro Sur (México, 2016).

 

¿De qué manera aparece la poesía ante vos y cómo comenzaste a escribir?

Se me apareció siempre ―me gusta lo de aparición― como el único modo auténtico de entender el mundo y sus objetos, de penetrar en él, de responder a su llamada. Lo que denominamos realidad exige siempre una lectura previa, que la precede como una mediación. Pasar por la poesía es una forma de des-alienarse, de reencontrase en el mundo. Por eso la poesía es siempre un descubrimiento, un cono de luz en lo imprevisto, lo oscuro. Y es también un juego, esa dimensión lúdica no es menos vital.

Comencé a escribir antes de escribir, como todos, mirando las hormigas entre los adoquines de mi barrio en Montevideo, oyendo los relatos de aquellos obreros inmigrantes, empezando por mi familia, los italianos de mi lado paterno y los españoles de mi lado materno, aburriéndome en las clases de la escuela, oyendo el silbato de los barcos en el puerto, oliendo el jazminero del jardín. Empecé a escribir por los cinco sentidos y no conozco otro modo de hacerlo.

 

¿Cómo recordás tus comienzos literarios y cómo fue tu exilio?

Bueno, en mi casa no había libros, de modo que leía los poemas de una Historia de la literatura española, “con antología”, que había caído en mi casa como un meteorito. Era una edición argentina, destinada a normalistas. Fue un descubrimiento. Después, en la secundaria, teníamos varios años de Literatura, toda una revelación. Pero antes, hubo también los poemas que oía en la radio (educadamente “recitados” junto a las notas de “Un piano en la noche”). Y la poesía gauchesca, llegué a oír unos payadores magníficos, también en la radio. Te hablo de los años ‘50. Después, en los ’60, parece que recitadores y payadores desaparecieron como por magia negra. Pero en los ’60 ya había empezado mis estudios literarios, en los primeros ’70 ya ejercía como profesor de Literatura, ya había hecho gran parte de mis estudios franceses… Sabés que desde niño me habían puesto a estudiar francés porque los franceses daban beca de cien por ciento a los buenos alumnos. Yo era muy aplicado y, bueno, fue la prehistoria de esa relación con la poesía francesa, y hasta con lo que sería después mi trabajo, y de donde vendrían seres que amé. ¿Será un destino? Justo en mi caso, que terminé estudiando literatura jansenista… Pero nunca tendré una respuesta a mi pregunta.

Ah, lo del exilio. Cómo fue. Fue como tantos otros. Me echaron de la enseñanza después del golpe de estado y me fui a Brasil ―que era otra dictadura, por cierto, pero donde tenía amigos, pude vivir y trabajar en paz. Pero del exilio no se habla en pasado, por más que vaya a Montevideo varias veces por año desde el ‘85. Del exilio no se habla en pasado por aquello de que el exilio tiene comienzo pero no tiene fin. Viví siempre en exilio, fui siempre extranjero. No es metáfora de nada. Soy un extranjero, en la más dura literalidad. Y en todas partes.

 

¿Te considerás un poeta de género o, por el contrario, el género no tiene importancia a la hora de escribir?

Bueno, cuando he abordado el tema del amor, o el tema del sexo, sé que una posible lectura de muchos de mis poemas es la lectura de género. Te puedo decir que en mi cabeza, y mientras escribo, esos temas no se presentan como temas de género, entran más bien en esa mancha temática general de mi poesía que tiene que ver con el no lugar, el no tener un lugar, con una ausencia, una falta, un vasto exilio que incluyó al propio idioma y que también vigiló siempre mi biografía. Hay siempre una falta, un paraíso perdido en todo lo que escribo, como en mi vida.

En el ‘60, creíamos en la “muerte del autor”, te acordás, Barthes y Foucault, por el ‘68 y el ‘69 ―fui discípulo de Foucault en el Collège de France pero sólo en los primeros ‘80, justo al fin de su vida, y en aquel tiempo él no volvió al tema. El hecho es que desde entonces hasta las presentes “literaturas del yo”, las autobiografías, las “autoficciones”, etc., hubo un cambio radical, brutal. De hecho, aunque uno la evite, la biografía entra insidiosamente en la obra que uno va creando. Por ejemplo, una parte de los lectores, del público, conoce las circunstancias que uno atraviesa, yo observo que los lectores uruguayos son los primeros en saberlas, muchos mexicanos también, y ese conocimiento altera al menos la recepción de un texto, por menos biográfico que uno lo quiera. Pero, para volver a tu pregunta y resumir, sí, los temas de género están presentes desde mis poemas de los ‘70, dialogan con lo biográfico y buscan superar el mero registro confesional, digamos, se prestan en fin a las lecturas de género y si sirven para una posible “militancia”, pues que cumplan también esa función.

 

Tu poesía es abierta al mundo, luminosa, de una claridad absoluta en cuanto al decir y, por momentos, cruda,  contundente, salvaje. ¿Cuáles fueron las lecturas que reconocés y que influyeron en la creación de tu universo?

Muchísimas lecturas, todo viene a enriquecerlo a uno, pero nunca logré identificar una o algunas con precisión. En cambio, quería contarte otra cosa. Sabés que allá en México, en la Biblioteca de la UNAM, hay un muchacho que fotografía a los escritores. A mí me llevó en una ocasión ahí por la colonia Condesa, me sacó fotos y después fuimos a charlar a un café, él siempre hace una pequeña entrevista. Pues bien, me contó que todos los escritores le hablaban de alguien, un escritor de más edad que, según sentían, los hacía “ingresar” al mundo de la literatura, que les daba cartas de ciudadanía, digamos, en la república de las letras. Y me lo contó porque yo le hablé de alguien que cumplió, en mi caso, con esa función. Fue la española Josefina Plá, establecida en el Paraguay a fines de los años ’20, primeros años los ’30. Fue una mujer magnífica, alguien me había prestado libros suyos en Montevideo, y yo la leía con admiración. Es muy raro, porque mi poesía no tiene nada que ver con la suya, pero moví cielo y tierra para ir a Asunción a conocerla ―fue en la semana santa de 1969, me acuerdo bien, yo estaba en segundo año de Letras, y volví a Montevideo deslumbrado con ella y con sus poemas. Y sobre todo, fue quien me “abrió las puertas” del Reino de los poetas. Me sentí “recibido”, de hecho publicó algunos poemas míos en su revista, que hacía artesanalmente, en su situación de extranjera y sus tensiones con la dictadura de Stroessner. Mantuve con ella relaciones muy cordiales desde entonces, y he difundido sus poemas (en Uruguay y, curiosamente, en Portugal). Otra vez me pregunto, eso de identificarme a los 20 años con una extranjera, en otra tierra extranjera, ¿será casualidad? Tengo más preguntas que respuestas, querido Solinas.

 

¿Escribir poesía en Sao Paulo es igual a escribir poesía en Montevideo?

Seré platónico a destiempo, pero pienso que no se escribe poesía en una ciudad geográfica sino mental. Me dirás que no se explica por ejemplo a Baudelaire sin el París del Segundo Imperio, y te responderé que el París “en obras” de Baudelaire estaba, literalmente avant la lettre, en la cabeza del Baudelaire moderno. Podría decirte que escribí todos mis libros en Montevideo, y no mentiría porque mi Montevideo es mental, obstinado, obra de la memoria, de la identidad, no sé. En todo caso, sí sé que Sao Paulo, como la Ciudad de México, carga con la mala fama de las megalópolis del tercer mundo, pero justamente ambas me han tratado bien como poeta. Sao Paulo tiene una tradición de poesía que viene desde antes de los Modernistas del ‘22, que se renueva con la vanguardia “concretista” desde los ‘50, que acoge hoy un movimiento poético donde prácticamente todo el Brasil se reconoce, es el polo poético del país. A los extranjeros nos ha tratado bastante bien, somos pocos en lengua castellana, el finado Perlongher y yo, sí, éramos vecinos en los ‘80.

 

¿Cuál es tu mirada sobre la poesía contemporánea latinoamericana?

Hay de todo, “como en botica”, de México a la Patagonia. Ya no observo “vanguardias” ―lo más próximo fue el neobarroco/barroso, ya añoso― pero sí existe una búsqueda, con mucha pasión y felizmente con mucha libertad, por la construcción de estéticas nuevas. Ya no como movimiento colectivo, sino como actitud personal. Observo que los poetas jóvenes se sienten con autonomía como para intentar la construcción de una estética sin normas que precedan al texto, digamos, sin una idea pre-armada de lo que sea un “poema” como artefacto y como experiencia estética. Esa libertad les acaba dando una marca de grupo, algo que tal vez ellos no deseen, pero es así. Claro, el “aire del tiempo”, ese sello no se puede evitar. Convive también la poesía de fuerte función y contenido social, que se encuentra en las Cartoneras que atraviesan el continente, hasta una actitud desentendida con la historia y a veces con la tradición poética, pero que trabaja con ahínco los elementos originales de una estética. Más fieles a experiencias recibidas y de bastante larga tradición, se deben mencionar también los trabajos con poesía oral, poesía performática, poesía visual, todo lo que las vanguardias nos legaron. Y claro, los poetas que venimos de los ‘60 o ‘70, con nuestras obsesiones y con nuestra renuencia frente a los papas de la poesía del medio siglo, a las jerarquías impuestas. Es un panorama muy dinámico, me entusiasma.

 

¿Para qué pensás que la poesía sirve? ¿Cuál es tu motivo?

La pregunta sobre la finalidad de la poesía, el para qué sirve, pienso que no es legítima. Pide una respuesta unívoca para algo que no lo es. La poesía forma parte de la vida, como el agua, como el viento, como el hambre, como la sangre. Tal vez pueda existir un individuo sin poesía (y lo dudo) pero no existe una única sociedad sin poesía. Corresponde, por el absurdo, a preguntar para qué existe el río, la sal de los océanos, las nubes, los volcanes. La poesía no es un mero constructo cultural, nace con el hombre, es un dato con el que hay que contar en todas las circunstancias. El hombre “culturaliza” todo, claro, pero es un movimiento ulterior, y se hace poesía de tal o cual tipo, como se hacen alimentos de diversos sabores. Pero esto está después del impulso poético, prístino. “Mi” motivo, íntimo y por eso mismo casi inexplicable, ese sí, ese lo conozco: escribo poesía para no enloquecer.

 

Si supieras que mañana se acaba el mundo, ¿qué harías hoy?

Es que los seres humanos hemos fantaseado tanto con los Apocalipsis, espectaculares, que, te juro, me acometería una gran curiosidad. Esperaría con angustia, es cierto, pero también con curiosidad ese Apocalipsis, la revelación que vendrá y que supuestamente al fin veremos. De todos modos, a mi edad, el fin no será espectacular. Tampoco se hará esperar demasiado.